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* * * * * * * * * * LAS RECOMENDADAS
DEL UNIVERSO CINE BRAILLE * * * * * ** * * * |
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* * * * * * * * * * * * PERO ¿QUIÉNES SOMOS LOS QUE HACEMOS CINE BRAILLE? * * * * * * * * * * * * |
CINE BRAILLE hoy se complace en comentar
“Groundhog Day” (“Atrapado en
el tiempo” en España, “Hechizo del tiempo” o “El día de la marmota” en
América), “Solaris” (versión Soderbergh), “High fidelity” (“Alta fidelidad”)
y el documental “Gonzo: the life and work of Dr. Hunter S. Thompson” (sin título en español). Si
prefiere no enterarse de algunos aspectos de la trama de estas películas, mejor
siga de largo; si gusta, es su casa. Caramelos, chocolatines, bombones…
El
protagonista de “Groundhog day” (Harold Ramis, 1993) es Phil (ese gran
actor que es Bill Murray),
un meteorólogo de un canal regional de TV del noreste de Estados Unidos que
siempre se creyó con derecho a un destino mejor y, como suele suceder con
aquellos que creen que la vida está en deuda con ellos, ha visto a su confianza
en sí mismo degenerar en arrogancia y a su ironía en cinismo, convirtiéndose en
una persona agria y poco menos que despreciable. Su canal lo envía a cubrir el
Día de
Pronto
deduce que, en ese extraño rizo temporal en que se encuentra atrapado, ningún
acto produce consecuencias más allá de esa cíclica jornada, y que ello implica la abrogación de todo principio moral: si
nuestros actos no producen consecuencias,
entonces no hay bien, ni mal, ni progreso, ni caída, ni (sobre todo) culpa. En sus horas coexisten el
hedonismo (come y bebe y fuma como un poseído, compra autos lujosos, seduce una
por una a todas las mujeres bonitas del pueblo) y el desdén por toda regla (conduce
alcoholizado, hurta una bolsa con dinero de un camión de valores). Termina por
enamorarse de Rita, pero ante los repetidos fracasos por conquistarla decide
suicidarse… para volver a despertarse, una y otra vez, en la mañana de ese
mismo 2 de febrero.
La
absoluta falta de sentido de esa vida se abate sobre él, que entonces pasa los
días mirando el mismo programa de preguntas y respuestas, cerveza en mano,
convertido en un inmortal de pesadilla kafkiana,
extraña mezcla de Sísifo con Homero Simpson. Su suerte cambia cuando, uno de
tantos 2 de febrero, decide contarle a Rita lo que le pasa. En beneficio del
lector que no haya visto el filme, no aclararé aquí de qué modo ella influye en
el desenlace de la película, ni apuntaré cierta moraleja muy evidente, pero que
está sugerida con gracia y con altura y, por una vez, no molesta.
El tercer filme de este comentario colectivo es una obra importante en la educación sentimental de una generación: “High fidelity” (dirigida por Stephen Frears en 2000, sobre la célebre novela de Nick Hornby). Digo importante porque todos los que participamos de alguna pasión (el cine, la literatura, en especial la música – o al menos, como es mi caso, escribir sobre cine, sobre literatura, sobre música) sentimos una identificación inmediata con el protagonista Rob (perfecto John Cusack, también coguionista y coproductor del filme), el treintañero dueño de la disquería Championship Vinyl de Chicago que se resiste a todo compromiso por seguir viviendo feliz en su pequeño mundo hecho de discos de rock y pop junto a sus empleados, el histriónico y desatado Barry (Jack Black) y el tímido Dick (Todd Louiso)… hasta que su novia Laura (Iben Hjejle) decide abandonarlo. Entonces Rob se replantea su vida, revisando sus “cinco mejores rupturas sentimentales” (sic) con la idea de dejar afuera de la lista a la que acaba de sufrir… hasta que percibe que ello es imposible.
Es
así que Rob comienza a preguntarles una por una a sus
ex novias en qué falló con ellas, o reflexiona acerca de los motivos de la
ruptura (es muy divertido – y dolorosamente realista – cómo cada parte cuenta
la versión de la misma que lo deja mejor parado, añadiendo u omitiendo
circunstancias). Cuando todo parece encaminarse a un final feliz, aparece un
personaje que vuelve a poner todo en cuestión… y motiva una gran reflexión
acerca del valor relativo de las relaciones estables y las pasajeras, de la
visibilidad de los problemas en las primeras y de la razón del atractivo de las
segundas.
Por
lo demás ¿cómo no querer a una película que nos lleva a detener la imagen para
asegurarnos de si el afiche que está a espaldas de Rob es o no de Pavement, que nos fuerza a parar la oreja para identificar qué tema
de Bob Dylan está sonando,
que nos hace plantearnos nuestra propia versión de insólitos y bastante
pedantes ránkings como “las cinco mejores canciones para comenzar una mañana de
lunes”? ¿Cómo no disfrutar el momento en que Barry niega a un cliente una rara edición francesa de “Safe as milk” del legendario Captain Beefheart porque “no la merece”? ¿Cómo no paladear el
reconocimiento de Rob de que nunca pudo superar el
complejo de inferioridad que le provocaba su antigua novia Charley Nicholson (una Catherine Zeta-Jones en el apogeo de su belleza, lo que es bastante decir) “así como otras personas
nunca superaron Vietnam o ver a su grupo preferido tocar la misma noche que
Nirvana”?
El
documental repasa minuciosamente la vida de Thompson (sí,
comenzó a encontrar su voz tipeando una y mil veces “El
gran Gatsby” de Scott Fitzgerald; sí, fue al leer esa gran novela americana que
comenzó a sospechar que el Sueño Americano era un fraude) iluminando de paso
los años más agitados y más creativos de esa fuerza contracultural que (sí, alguna
vez) encarnó el rock. De la mano de Thompson, vemos
pasar a unos Hell’s Angels que, al comienzo, eran solamente una pesadilla de buenos burgueses, hasta que comenzaron
a creerse y a actuar la historia que los grandes medios escribieron por ellos
(de hecho, a Thompson le dejaron de agradar cuando
atacaron una marcha antibélica). Vemos a la policía
de Chicago dejar a los Hell’s Angels a la altura de damas de compañía durante los disturbios
de agosto de 1968. Vemos el apogeo de la contracultura en la muy liberal
San Francisco de 1966-67, y vemos cómo para 1971 ya era un recuerdo (al
respecto, el protagonista del documental escribió el notable Monólogo de la Ola, uno de
sus mejores textos). Vemos a Thompson en su campaña
para ser elegido alguacil de Aspen en 1970, que arrancó siendo una mera excusa para
aprovecharse de los medios para difundir sus ideas y terminó peleando el
triunfo voto a voto, perdiendo sólo porque sus rivales apelaron al terror ante puramente
imaginarias hordas de drogadictos que tomarían el pueblo de ganar Thompson, y a trucos del más puro clientelismo
latinoamericano, como llevar a votar a gente que estaba en silla de ruedas.
Lo
vemos a Hunter cubriendo el Derby de Kentucky y una
carrera de motos en Las Vegas, excusas perfectas para dos de sus más famosos
escritos. Lo vemos atiborrándose de alcohol y de toda clase de drogas, legales,
ilegales, naturales, artificiales. Lo vemos acompañando durante largos meses a
los precandidatos a presidente para la elección de noviembre de
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