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LA VIOLENCIA POLÍTICA EN LOS '70: UNA MIRADA ALEMANA
En setiembre de 2008 se estrenó en Alemania una superproducción llamada "Der Baader Meinhof Komplex", o "El complejo Baader - Meinhof " (desconozco su título oficial en nuestro idioma - por cierto, el único país hispanoparlante en el que ha sido estrenada a la fecha es España). El filme narra la incubación y los primeros años de historia de la Facción del Ejército Rojo, un grupo armado alemán también conocido por sus siglas alemanas RAF o, en sus comienzos, por el de banda Baader - Meinhof (por sus integrantes Andreas Baader y Ulrike Meinhof). Además de ser artísticamente interesante, la película es también un aporte valioso a la discusión acerca del empleo de la violencia con fines políticos, tanto en un plano general como en casos específicos como el alemán... o el argentino.
El debate acerca de la legitimidad de la violencia es un inciso (el más importante) de la antigua discusión acerca de si debe haber una equivalencia moral entre un fin altruista y los medios empleados para conseguirlo. ¿Es admisible la muerte de un semejante en beneficio de la consecución un fin elevado? ¿Es admisible, al menos, en caso de defensa propia? (Si a alguien le interesa saberlo, mis respuestas son, respectivamente, no y sí. Y entiendo unas pocas luchas - por ejemplo, la Resistencia al nazismo, el proceso de independencia de las naciones hispanoamericanas - como casos de defensa propia a escala social). Esta discusión es apasionante, y no estará saldada mientras exista la humanidad, porque son preguntas que involucran convicciones muy profundas. Adelantando mi conclusión, creo que quien decide el empleo de la violencia (en especial, cuando todavía existen otros caminos) peca de aprendiz de brujo: libera a un monstruo que pronto adquiere vida propia y termina escapando del control de quienes pretendieron servirse de él. De hecho, y como demuestra acabadamente la Historia, la violencia es un medio que acaba corrompiendo todo fin.
El ambicioso objetivo que se propone la película le plantea al director Uli Edel un problema de ritmo narrativo, ya que la gran cantidad de acontecimientos relevantes hace, por un lado, que la obra resulte algo larga (dos horas y media) y, por otro, que no se puedan desarrollar adecuadamente algunos personajes (como la mayoría de los integrantes de llamada "segunda generación" de la banda). Pero la principal crítica a la película protagonizada por Martina Gedeck, Moritz Bleibtreu, Johanna Wokalek y Bruno Ganz no fue ésta, sino otra extrañamente asimilable a la recibida por otro polémico filme teutón, relacionado con una figura política en las antípodas ideológicas de los revolucionarios Baader, Meinhof o Gudrun Ensslin: hablo de "Der Untergang" ("La caída"), que narra los últimos días de Adolf Hitler. Concretamente, se rechazó la presentación ("demasiado glamorosa") de los miembros de la banda como un grupo de jóvenes muy liberales en lo sexual, dotados de sentido del humor y amantes, como cualquier joven de su edad, de pasear en automóvil y escuchar rock and roll (en el filme se los puede ver cantando la sugestiva "My generation" de The Who). El problema es que ¡así eran! (Claro que es mucho más tranquilizador para las almas buenas pensar que alguien capaz de matar a sangre fría a un semejante es un ser carente de todo atisbo de humanidad: el único problema es que eso es una fantasía). El valor de "Der Baader..." reside en plantearse una pregunta difícil y en intentar responderla: ¿qué es lo que hizo que jóvenes perfectamente normales, iguales a cualquier otro joven alemán de su época y sin ninguna inclinación patológica a la violencia, adoptaran un camino que terminó siendo un callejón sin salida?
Las primeras escenas del filme nos ubican en la época: comienza junio de 1967, y nos permiten intuir las primeras enormes diferencias en la génesis de la RAF y la de sus equivalentes argentinos: Ulrike Meinhof, su esposo y sus hijas charlan en... una playa nudista (¡por esa misma época, el nefasto comisario Luis Margaride allanaba los albergues transitorios porteños buscando cónyuges infieles!). Las siguientes apuntan a lo contrario: en ocasión de una visita del Sha de Irán, la policía montada de Berlín Occidental acomete contra una manifestación reunida en su contra, al peor estilo del régimen de Juan Carlos Onganía, y un agente asesina a un estudiante a sangre fría (hecho que ha tenido una sorprendente derivación hace unos meses). El filme sigue adelante presentándonos otros elementos que fueron llevando al grupo inicial a optar por el camino de las armas: el choque generacional con unos padres anulados por el conformismo consumista, la fuerte e irritante presencia de antiguos adherentes al nazismo en la cumbre del poder político y económico, el culto epocal de la violencia redentora (anidado en la admiración por el Che Guevara y en lemas tristemente premonitorios como "victoria o muerte"), la indignación causada por la intervención de EE.UU. en Vietnam, la Guerra de los Seis Días, el violento año 1968 (el del atentado contra el líder izquierdista Rudi Dutschke, el de los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, el del Mayo Francés, el de la invasión soviética a Checoslovaquia, el de la Masacre de Tlatelolco). En 1969, asume el gobierno de Alemania Occidental (1) el respetado líder socialista y antiguo militante antinazi Willy Brandt, quien encarna un cambio positivo para buena parte de las nuevas generaciones. Este hecho auspicioso, paradójicamente, empuja a los grupos más radicalizados a la lucha armada: para ellos, Brandt representa el peligro de un cambio cosmético que deje intocado el sistema. (Nuevamente, las analogías con el caso argentino son perturbadoras).
El modelo sobre el cual se creó la RAF fueron los Tupamaros uruguayos (de hecho, existieron unos autodenominados "Tupamaros de Berlín Oeste"). El grupo armado oriental era tenido en alta estima por sus pares alemanes, sobre todo por el sector de RAF que rechazaba el uso de métodos que pudieran dañar a inocentes (al respecto, hay una escena en la película que subraya esta admiración). Esta autolimitación en los medios diferencia a una organización insurgente de una banda terrorista: la primera tiene como objetivo exclusivo a figuras claves de un sistema político considerado opresivo; la segunda, a la población civil en forma prácticamente indiscriminada. La RAF, los Tupamaros, los Montoneros, el Ejército Revolucionario del Pueblo, pretendían ser ejemplo de las primeras; Al Qaeda, Sendero Luminoso, Ordine Nuovo, lo son de las segundas.
Esta distinción tan tajante es en realidad aparente, porque la línea que separa el terrorismo del uso limitado y táctico de la violencia es en extremo difusa: la probabilidad de que mueran inocentes es siempre elevada (recuérdese los tan citados casos de la hija del capitán Viola o de Paula Lambruschini); es difícil desmentir la calificación del empleo de artefactos explosivos como método terrorista, por la virtual imposibilidad de dirigir sus efectos; la violencia tiene una dinámica propia, nacida del interminable ciclo de venganza de los compañeros caídos, y muchos gupos que nacen como organización insurgente terminan degenerando en banda terrorista casi sin advertirlo (por caso, la ETA o las FARC).
(Por otra parte, el caso argentino deja otra enseñanza importante: las acciones de una guerrilla en retirada durante 1976-79 sólo sirvieron para que la dictadura pudiera dar una apariencia de legitimidad a sus crímenes, mientras que la lucha pacífica llevada a cabo por las organizaciones de derechos humanos y - desgraciadamente mucho más tarde - por los partidos y sindicatos democráticos terminó expulsando definitivamente del poder a un proceso que se derrumbaba, víctima de sus propia barbarie).
La película establece un rico contrapunto entre la Meinhof (una periodista exitosa, esposa, madre, llena de dudas ante el empleo de la muerte como medio de acción política) y la Ensslin (quien ha abandonado a su pequeño hijo y a su esposo por la causa revolucionaria y sostiene la imperiosa necesidad de recurrir a las armas para cambiar la sociedad). Sus anteriores dudas acerca del camino a seguir terminan llevando a la Meinhof a sobreactuar su compromiso, al terrible precio de su humanidad: decide enviar a sus dos pequeñas hijas a un campamento para huérfanas palestinas en Jordania (2) y, casi al mismo tiempo, escribe unos tremendos comunicados de la banda, posteriores a sus primeras acciones verdaderamente cruentas, aceptando el asesinato de policías como parte del precio a pagar por una sociedad más justa. (Convertir a otros seres humanos en obstáculos en la consecución del bien social, "parte del precio a pagar", cosificarlos, deshumanizarlos, es la única manera de hacer aceptable su muerte para quien aún sigue teniendo dudas acerca de la moralidad de sus actos).
La secuencia del entrenamiento militar en un campamento palestino de Jordania impacta por el choque cultural entre los militarizados árabes y los alemanes, partidarios de una "nueva moral" reacia a la disciplina estricta y que da por sobreentendida la igualdad entre hombres y mujeres y la libertad sexual. El entrenamiento indica el comienzo de la fase más violenta del accionar de la banda, que genera una inmediata respuesta de las autoridades germanooccidentales: respuesta bienvenida por la RAF, que ve en ella el desenmascaramiento de un sistema al que califica sin más de fascista y el comienzo de un levantamiento masivo contra el mismo (nuevamente, el espectador argentino encontrará sugerente esta versión teutona del "cuanto peor, mejor"). Además, la escalada parece surtir efecto: por ese entonces, nada menos que un cuarto de los ciudadanos de la RFA menores de 30 años expresaban simpatía por las acciones de la banda.
La respuesta oficial causa los primeros detenidos y las primeras bajas en la organización, que vuelve a subir la apuesta: adopta la decisión de lanzar una serie de atentados con bombas contra instalaciones militares norteamericanas en Alemania, así como contra un poderoso diario derechista y sensacionalista, Bild. Aquí se vulnera otro umbral, porque los muertos y los heridos de estos ataques no tenían implicación directa en los acontecimientos: esto genera un primer debate en el grupo, saldado en el sentido de que los fines purifican los medios (si existe una huella del Demonio en este mundo, es esa idea). El gobierno socialista alemán responde con una legislación (justo es decirlo) al límite del estado de derecho y con una eficaz acción policial, desarticulando la banda en pocos meses. Comienza aquí el largo final de la película, que abarca el juicio que se les siguió a sus principales líderes en una cárcel de máxima seguridad, con todas las garantías del debido proceso y con los acusados encerrados en celdas respetuosas de la dignidad de la condición humana: con sus más y sus menos, la democracia alemana se propuso defender el imperio de la ley, no abolirlo para aplastar a quienes la vulneraban, ni mucho menos (como en el caso sudamericano) valerse de la ceguera del foquismo revolucionario para masacrar a una generación entera, en defensa de los privilegios de los grupos dominantes.
Derrotados en toda la regla y sin sus líderes fundadores, la llamada "segunda generación" de miembros de la RAF responde con la pérdida de todo escrúpulo: con el fin de lograr la liberación de sus miembros presos, la banda recurre tanto al asesinato artero de funcionarios judiciales como a la toma de rehenes inocentes (por caso, la sangrienta ocupación de la embajada alemana en Suecia, el secuestro de un avión de Lufthansa, el secuestro de un importante hombre de negocios). Estos actos señalan el fin del pequeño pero respetable apoyo popular con que contaban, y terminan convirtiendo a la RAF en una máquina de matar que ya no sabe por qué lo hace. La respuesta de los líderes encarcelados ante la sucesión de tragedias que han desencadenado, símbolo del sangriento fracaso de su proyecto, es el suicidio colectivo, el 18 de octubre de 1977.
NOTAS
(1) No está de más recordar a los menores de 30 años que, entre 1948 y 1990, Alemania estuvo dividida en dos naciones: la República Federal de Alemania (RFA) al oeste, democracia capitalista aliada a los Estados Unidos y con capital en Bonn, y la República Democrática Alemana (RDA) al este, estado comunista satélite de la Unión Soviética, con capital en Berlín. Tras el derrumbe de la RDA en 1989 (la caída del Muro de Berlín) la RFA absorbió a su hermana oriental en 1990.
(2) Las hijas terminarán en custodia de su padre, por desobediencia de un miembro desafecto de la banda.
VÍNCULOS
* Baader-Meinhof.com (en inglés).
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