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HIPÓLITO BOUCHARD: EL CORSARIO ALBICELESTE (PARTE III DE III)

Nueva versión corregida en los errores, aumentada en los datos y disminuida en los énfasis patrioteros de una historia que nada tiene que envidiarles a las hazañas de Sandokán, el Corsario Rojo, Jack Aubrey o el Capitán Blood. ¡Al abordaje!

(Continúa de aquí)

YENDO A CALIFORNIA

California era, en esos años, apenas una cadena de misiones franciscanas dispersas sobre la costa, donde religiosos y nativos vivían plácidamente. La capital era Monterrey. Se cultivaba trigo, alfalfa y frutales, y había una incipiente industria vitivinícola. Los vinos, junto a los cueros, el sebo, la carne y la lana de ovinos eran los principales artículos de exportación. Aislados por el desierto, su vía de comunicación principal era la marítima.

Como la presencia corsaria había sido conocida con unos pocos días de anticipación, el gobernador había ordenado la evacuación preventiva de mujeres y niños, además de los archivos y dinero de la Real Hacienda. El 20 de noviembre de 1818, los vigías de Monterrey vieron arribar a La Argentina y a la Santa Rosa. De pronto, el viento cesó y la corbeta Santa Rosa quedó varada. El gobernador Solá había mandado instalar dos baterías en la playa para proteger el desembarcadero: en quince minutos, la corbeta fue acribillada y el puente se llenó de muertos y heridos. Era la madrugada del 24 de noviembre, con los hombres rescatados del Santa Rosa, Hipólito Bouchard desembarcó con 200 infantes y marineros, armados de fusiles o lanzas, además de algunos cañones. Las primeras respuestas de los guardias fueron repelidas. Los apenas 25 soldados españoles huyeron. Uno de los hawaianos que integraban la tripulación arrió la bandera española y enarboló la enseña argentina. Desde esa noche, hasta el 29 de noviembre, California fue argentina. [Derecha: retrato de Bouchard con uniforme de la Armada de Perú, fuente].

Los esperados refuerzos de San Francisco y San José no intentaron recuperar la ciudad, sino que esperaron la retirada de los atacantes, que mientras tanto se dedicaron al saqueo. Los marinos hawaianos tenían predilección por... los vestidos de las mujeres que encontraron en las casas. El ganado que no podía llevarse, se mataba. Se incendió el fuerte, el cuartel de artilleros, la residencia del gobernador y las casas de los españoles, pero se respetaron tanto los templos como las propiedades de los criollos.

Poco después atacaron el rancho El Refugio, la hacienda de los Ortega, contrabandistas conocidos de la zona, quienes habían colaborado con las autoridades coloniales contra los patriotas mexicanos. Se repitió el saqueo como en Monterrey (4). Luego, los corsarios atacaron San Juan de Capistrano. Bouchard solicitó provisiones a cambio de no hostilizar a la población, recibiendo como respuesta una bravuconada. Una partida saqueó la misión, bien nutrida de licores, pero sin dinero ni tesoros, los que ya habían sido evacuados. El retorno de estos hombres a La Argentina fue un tanto errático, por su grado de ebriedad (5).

La pequeña flota corsaria pasó de largo frente a San Diego y se refugió, para reparar los buques, en la bahía Vizcaíno. Permanecieron en ese lugar hasta enero de 1819, cuando partieron hacia el sur, a rondar los puertos de San Blas y Acapulco. Ya en América Central, atacaron Sonsonete, en El Salvador, y el 2 de abril, el Realejo, en Nicaragua, uno de los centros más importantes del comercio y la marina colonial española, amén de principal astillero del Pacífico. Pese a sus magros recursos, los corsarios igual capturaron el puerto: quemaron un bergantín y una goleta, insatisfechos por el pobre rescate ofrecido por sus dueños, e incorporaron un pequeño lugre y la nave María Sofía a la flota de Buenos Aires.

La aventura de Hipólito Bouchard en el Pacífico Norte terminó tras el enfrentamiento con un bergantín que cañoneó a la Santa Rosa, sembrando de muertos y heridos la cubierta. Sin La Argentina, dedicada a la tarea de vigilar las presas capturadas en Realejo, Bouchard se disponía a resistir el ataque enemigo cuando, sorpresivamente, a poco de entrar en batalla, la nave agresora arrió la bandera hispana y alzó la chilena. Era una embarcación corsaria, capitaneada por un tal Coll, que se había enfrentado a la Santa Rosa creyéndola española. Indignado, Hipólito Bouchard pidió que le enviaran un cirujano para atender a los heridos. Como respuesta, Coll se marchó.

LA LIBERACIÓN DEL PERÚ

Ante los daños de la Santa Rosa y, al tanto de que San Martín estaba por lanzar su campaña marítima contra el poder español en Perú, Bouchard decidió dar por finalizada la expedición y enfilar hacia Valparaíso. Cuando llegó al puerto, se encontró con desagradables sorpresas. Por orden del vicealmirante escocés Lord Cochrane (el "Lord filibustero" como lo llamaba San Martín) fueron arrestados, acusados de piratería; el cargamento fue confiscado. Bouchard trató de resistir, pero la superioridad de sus adversarios hizo inútil cualquier defensa. Se rindió y quedó detenido. Se inició un tortuoso juicio, en el que su defensor fue Tomás Guido. San Martín, Sarratea, Echeverría, O'Higgins, apelaron en su favor. El coronel Mariano Necochea, compañero de Bouchard en San Lorenzo, armó un piquete de sus granaderos y tomó La Argentina, reintegrándosela al acriollado capitán francés.

Una vez liberado, Bouchard recorrió La Argentina y se encontró con que los cañones habían sido retirados para equipar otras naves, y la nave había sido virtualmente desmantelada. La bodega estaba vacía: todo lo ganado en la excursión en el Pacífico había sido saqueado.

Echeverría había conseguido nuevas patentes de corso y planeaba llamar a Bouchard a Buenos Aires, para operar con sus flotas en el Litoral argentino, pero el marino tenía otros planes. Ni él, ni sus subordinados, querían perderse la campaña libertadora al Perú. En una carta a Echeverría, Bouchard le comunicó que había decidido participar en la expedición a la tierra de los incas, y le pidió que velara por las necesidades de su familia (su esposa y sus hijas Carmen y Fermina) y se comprometió a reintegrarle los gastos a su regreso. Echeverría se enfureció y se negó. La familia de Bouchard quedó librada a su suerte.

Por los daños sufridos, tanto La Argentina como la Santa Rosa sólo hacían transportes de carga para los ejércitos libertadores, desembarcados en Perú en setiembre de 1820. Parecía el fin. Al poco tiempo, La Argentina fue desguazada y vendida como leña vieja. La Santa Rosa se incendiaría luego, en la revuelta del Callao de 1824.

Sin recursos económicos, Hipólito Bouchard se presentó al general San Martín y le rogó que lo dejara regresar a Buenos Aires. Pero el Libertador le pidió cinco meses más, tal vez pensando en darle el mando de la marina peruana tras la liberación: el 28 de julio de 1821, José de San Martín proclamó la independencia en Lima.

EL FINAL, LEJOS DEL MAR

Hasta 1828 Hipólito Bouchard siguió al servicio de la marina peruana. Entonces se retiró y se estableció en las haciendas de San Javier y San José de Nazca, adjudicadas como recompensa por el Congreso peruano. Bouchard fundó un gran ingenio azucarero, al que llamó La Buena Suerte. Entonces, las Provincias ya no más Unidas se desangraban en la guerra civil. El héroe de antaño nunca volvió a ver a su esposa ni a sus hijas, y se volvió cada vez más hosco. Su cólera explotaba a cada momento y se descargaba violentamente contra los peones de sus haciendas, justo él, el libertador de esclavos. En el anochecer del 4 de enero de 1837 golpeó a un sirviente, pero esta vez, hubo violentas protestas. Hipólito Bouchard tomó un pistolón y su viejo sable de abordaje, pero fue tarde: los sirvientes lo mataron a puñaladas.

Sus restos estuvieron perdido por más de 120 años, hasta que en junio de 1962 fueron encontrados en una cripta olvidada de una parroquia en Nazca, Perú. El 6 de julio de ese año, los restos fueron exhumados por una comisión conjunta de las marinas argentina y peruana y repatriados a Buenos Aires, a bordo de un crucero llamado La Argentina. Hoy reposan en el Panteón de Buenos Aires.

 

NOTAS

(4) En Santa Bárbara pueden verse, en un largo muelle de la playa, altos mástiles con las banderas de las naciones que alguna vez ocuparon California: España, Rusia, México, Estados Unidos y... Argentina. En el segundo piso del County Court House hay un mural que representa la ocupación de 1818.

(5) A San Juan de Capistrano llegan, en la primavera boreal, las golondrinas que emigran desde Argentina. En lo que hoy es Dana Point se sigue recordando el ataque de Hipólito Bouchard a San Juan de Capistrano, el Tall Ships Festival. Cabe aclarar que, para la mayoría de los textos anglosajones, Bouchard es un mero pirata. Uno de los pocos que le hace justicia es Peter Uhrowczik, en su obra "The Burning of Monterey: The 1818 Attack on California by the Privateer Bouchard", Cyril Books, 2001. Hasta donde sé, no hay versión en español.

 

FUENTES

Libros

“El crucero de la Argentina 1817- 1819”, de Bartolomé Mitre (sí, el presidente) que se puede leer aquí.

“El Águila Guerrera”. Pacho O'Donnell, Editorial Sudamericana, 1998.

“El corsario del Plata” (novela histórica). Daniel Cichero, Editorial Sudamericana, 1999.

“Corsarios argentinos”. Miguel Angel de Marco, Editorial Planeta, 2002.

El desafío insurgente. Análisis del corso hispanoamericano desde una perspectiva peninsular: 1812-1828”. Tesis doctoral de Feliciano Gámez Duarte (extraordinario trabajo, por cierto). Universidad de La Rioja, 2006. 

Artículos

“Cuando Hawaii tuvo bandera argentina”. Conrado Etchebarne Bullrich. La Nación, Suplemento Enfoques, domingo 14 de setiembre de 1997.

Vínculos

La California argentina”. Osvaldo Soriano (visión muy desfavorable sobre Hipólito Bouchard, comentada críticamente aquí).

"El viaje de La Argentina".

Sitio de la Ville de Bormes (en francés; sitio de la villa natal de Bouchard).

 

Una versión previa de esta nota fue publicada, en diciembre de 2004, en el sitio Televicio Webzine. Otra, en Un Hornero, en setiembre de 2011.

 

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