HISTORIAS DE MÓNACO
Negocios a veces limpios, fortunas derrochadas en lujos, escándalos de alcoba, paternidades no reconocidas: el Mónaco de Carolina, Alberto y Estefanía Grimaldi no es tan diferente del de sus antepasados, yo diría que hay más continuidades que rupturas. Contemos una historia de ocho siglos para demostrarlo.
En el principio hubo un pueblo establecido de antiguo, el ligur, que carecía de escritura y por ende de historia, y para empezar a escribirla hubo que esperar a que llegaran los griegos, hace unos dos mil quinientos años, y dejaran testimonio de haber fundado una colonia. Se llamaba Monoikos, "casa única" o "casa sola", porque los navegantes que buscaban un buen puerto natural al pie del peñón o Roca de Mónaco encontraron un templo, o tal vez un altar, levantado por otros marinos comerciantes que los habían precedido en algunos siglos, los fenicios. El templo estaba dedicado a Melkart, una divinidad que, por sus atributos guerreros, los griegos traducían a su universo cultural como Heracles, luego Hércules para los romanos. De allí que haya nacido el mito de que Heracles visitó esas comarcas, mito que terminaron compartiendo hasta los ligures.
En el último siglo antes de nuestra era la región cayó bajo el dominio de Roma, por la campaña de conquista de la entonces llamada Galia Transalpina que emprendió Julio César. Virgilio, Plinio el Viejo y Tácito nos dejan el testimonio del nombre latino de Monoikos, Monoecus. Tras la caída del imperio romano occidental, en el año 476 de nuestra era, la región cambió de amo varias veces. Por caso, los españoles musulmanes que insistimos extrañamente en llamar árabes de España la hicieron suya entre los siglos VIII y X. La usaban de base de operaciones para incursionar en el Valle del Ródano, Liguria y el Piamonte a la caza de esclavos para sus mercados; algunas de sus expediciones llegaron tan lejos como Suiza. En 1191 Enrique VI, emperador de los que se querían romanos pero apenas eran germánicos, sancionó la soberanía de la ciudad estado de Génova sobre la región. El 10 de junio de 1215, un destacamento genovés liderado por Fulco del Cassello inició la construcción de una fortaleza en la cumbre de la Roca. La fecha es citada a menudo como el comienzo de la historia moderna de Mónaco.
Uno de los hijos del cónsul de la república genovesa Ottone Canella, Grimaldo, se destacó a mediados del siglo XIII como militar en las guerras contra la ciudad estado de Pisa y como diplomático en misiones ante el Emperador Romano Germánico y el Emir de Marruecos. Grimaldo es el fundador de la familia o casa Grimaldi, que en italiano es simplemente la forma plural de su nombre. Uno de sus descendientes, Francesco Grimaldi, Il Malizia o "El Malicioso", que militaba en una de las facciones que animaban la vida política genovesa, lideró a un grupo de conjurados que, el 8 de enero de 1297, se disfrazaron de frailes franciscanos para apoderarse por sorpresa de la fortaleza de la Roca de Mónaco: de allí la presencia de dos monjes en el escudo monegasco. Con Francesco comienza la dinastía Grimaldi en el gobierno de Mónaco, siempre bajo la soberanía de Génova.
Pero Francesco no se mantuvo mucho tiempo en el poder, porque sus enemigos genoveses lo desalojaron en 1301. Murió sin descendencia: el verdadero fundador de la casa Grimaldi es su primo y compañero de correrías Rainiero, Señor de Cagnes. Primo y además hijastro: la madre de Rainiero, Aurelia del Carretto, se casó con Francesco luego de enviudar. No será la última vez que los asuntos de estado y los asuntos de alcoba no puedan diferenciarse en la historia de Mónaco.
Carlo Grimaldi, hijo de Rainiero y, como su padre, distinguido como Almirante de Francia por sus servicios al reino, recuperó Mónaco en 1331. Carlo se hizo tiempo para ser parte de la campaña naval de Francia y Génova contra Inglaterra en 1338, enriqueciéndose con los frutos del saqueo de Southampton, y para adquirir los pueblos vecinos de Menton en 1346 y Roquebrune en 1355, quintuplicando sus posesiones. Pero a su muerte, en 1357, Mónaco volvió a caer en poder de sus enemigos genoveses. Los Grimaldi la recuperaron brevemente en 1395, luego entre 1397 y 1402, y no fue hasta 1419 cuando pudieron asegurar su independencia de Génova.
Juan Grimaldi fue Señor de Mónaco durante la mayor parte de la primera mitad del siglo XV. Su hijo y heredero Catalán tenía una hija pequeña, Claudina, y para asegurar que la Casa Grimaldi conservara Mónaco decidió cambiar la regla de sucesión en su testamento. Abandonó la llamada Ley Sálica, recopilación de normas de remoto origen germánico que establecía la sucesión exclusivamente masculina, por el sistema británico de preferencia de la línea masculina, que al menos permitía una sucesión en cabeza de una mujer. Pero Catalán la volvió a cambiar: estableció que una eventual heredera femenina debía contraer matrimonio con otro Grimaldi para poder heredar el trono. Estas normas sucesivas tenían nombre y apellido: una la esposa de Juan y abuela de Claudina, Pomellina Fregoso; la otra el primo de Claudina, Lamberto Grimaldi. Catalán murió en 1457 y lo sucedió su hija de seis años, pero en 1458 Claudina abdicó cediendo el señorío monegasco a Lamberto, quien de todos modos se casó con ella en 1465, cuando la niña llegó a una edad que la costumbre de la época consideraba apta para un casamiento: catorce años. De todos modos Pomellina encabezó dos conspiraciones fallidas contra Lamberto, en 1460 y 1466, que moriría octogenaria en 1468. No sería la última vez que en Mónaco sería difícil distinguir los asuntos de familia de los asuntos de estado.
A Lamberto lo sucedió a su muerte su hijo mayor, Juan II, quien reinó poco más de una década hasta que fue asesinado, en presencia de su pobre madre Claudina, por su hermano menor y sucesor, Luciano. Un relato de la época afirma que Luciano cometió el crimen porque Juan II planeaba someter a Mónaco a la hegemonía de Venecia. Al año del reinado de Luciano, un ejército de 14 mil genoveses sitió Mónaco por cinco meses hasta que su Señor pudo derrotarlos con apoyo de Francia y España. El precio que se pagó fue la completa destrucción de la fortaleza de la Roca y la devastación de su puerto.
Estamos en el Renacimiento y casi en Italia, así que no debería extrañar que, a su vez, Luciano haya sido asesinado en 1523 por un sobrino, Bartholomeo Doria de Dolceacqua. Su hijo Honorato era un bebé de apenas nueve meses de edad, por lo que se designó un regente, el obispo Agostino Grimaldi, hermano de Luciano y tío del pequeño Honorato. Fue por Agostino que los Señores de Mónaco dejaron de reconocerse súbditos del Rey de Francia y, en su lugar, juraron lealtad al Rey de España. Honorato terminó siendo un gobernante respetado y, algo infrecuente en aquella época por razones obvias, fue honrado con la visita de poderosos dignatarios extranjeros como Carlos, Rey de España y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y el Papa Paulo III, de la Casa de Farnesio de Parma.
Un hijo de Honorato, Hércules, fue asesinado ocupando el trono en 1604. Siguieron décadas en las que España y Francia se disputaron la hegemonía sobre Mónaco, que ya era un Principado desde 1612, pero para mitad de siglo el retorno a la influencia gala era un hecho. Es todo un símbolo que en 1642 fuera ungido príncipe un Luis Grimaldi, nombre tan característico de los reyes franceses. En 1731 su nieta Luisa Hipólita murió de viruela antes del año de su acceder al trono: fue la segunda y última princesa gobernante.
El hijo de Luisa Hipólita, Honorato III, fue depuesto por la Revolución Francesa en 1793. Mónaco fue integrado entonces al Departamento de los Alpes Marítimos, y no recuperó su independencia hasta 1814, pero sólo en calidad de protectorado del Reino de Cerdeña. El primer Príncipe de esta nueva era fue Honorato IV, hijo de Honorato III, pero su salud estaba resentida por los años pasados en prisión bajo el régimen revolucionario, y tuvo que gobernar a través de regentes. En 1819 asumió su hijo Honorato V (imagen), soldado condecorado del ejército de Napoleón Bonaparte, que no dejó heredero legítimo, siendo sucedido en 1841 por su hermano Florestán.
Éste era otro antiguo soldado napoleónico, que sin embargo no había podido ganarse un renombre como su hermano: como cabo cayó prisionero en la campaña de Rusia. También había sido actor mediocre en París: vamos, que su aptitud para gobernar era nula. A quien sí le sobraban aptitudes e inteligencia era a su esposa, Maria Caroline Gibert de Lametz, también actriz, pero que había recibido buena educación porque era de familia acomodada, y fue por ella que los asuntos del Principado pudieron seguir curso.
Pero llegó 1848, el año en que apenas hubo estado europeo en el que no se produjera una revolución contra las monarquías absolutas. Hasta en Mónaco. Los pueblos de Menton y Roquebrune, que eran cuatro quintos del territorio del principado, se declararon ciudades libres; el propio Florestán fue arrestado, encarcelado y destronado. En 1849 llegó la reacción absolutista en toda Europa, y también en Mónaco: los sardos pusieron a Menton y Roquebrune bajo su control directo, y Florestán volvió al poder hasta su muerte en 1856, cuando fue sucedido por su hijo Carlos III.
Por el Tratado de Turín de 1860 entre Cerdeña y Francia, que cerraba jurídicamente el apoyo francés a los primeros pasos de la unificación de Italia en torno al reino sardo, las regiones de Saboya y Niza fueron cedidas a Francia. Al año siguiente, el Principado se adaptó a la nueva realidad mediante su propio acuerdo con Francia: la cesión de Menton y Roquebrune se pactó a cambio de cuatro millones de francos franceses. Por otras disposiciones Francia reconocía la soberanía de Mónaco, con lo que terminaba el protectorado ejercido por Cerdeña, y asumía su representación diplomática y se comprometía a su defensa.
En 1863 abrió el Casino de Mónaco, controlado por la Société des Bains de Mer o SBM, una sociedad anónima con participación del Principaldo que también regenteaba el Hotel de Paris. El distrito donde se instaló el Casino comenzó a ser llamado Monte-Carlo, en homenaje al soberano. Los impuestos pagados por SBM se convirtieron en uno de los principales ingresos del pequeño estado, y se reinvirtieron en mejorar la infraestructura, como una ya imprescindible conexión ferroviaria con Francia. En 1896 se celebró la primera edición de un torneo de tenistas varones que se sigue disputando hasta hoy, y cuya sede está en realidad en territorio francés, en Roquebrune, bien que a metros de la frontera monegasca. Llama la atención que desde entonces no haya habido nunca un torneo paralelo pero de mujeres, como ya había en Wimbledon o en Filadelfia incluso en los tiempos de aquel certamen inaugural: la organización aduce razones de espacio, así como de calendario para organizarlo en otra fecha.
Desde 1889 el Príncipe de Mónaco era Alberto, la personalidad dominante en la historia moderna de Mónaco. Alberto amaba el mar: de joven sirvió en las marinas de España y Francia, y su compromiso con el estudio científico de los océanos fue coronado en 1906 con la fundación de un instituto oceanográfico modelo en el mundo. También hizo aportes en paleontología, arqueología y geografía, tanto que en 1909 fue designado miembro de la Royal Society, la prestigiosa academia nacional de ciencias del Reino Unido, y en 1918 recibió una medalla de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Un primer e infeliz matrimonio del Alberto con Lady Mary Hamilton, una noble escocesa, acabó anulado por la Iglesia con una provisión extraordinaria que reconocía al hijo de la pareja, Luis, como legítimo: un caso más de divorcio admitido canónicamente por razones puramente políticas, porque el matrimonio será un sacramento católico indisoluble pero en Roma todo se puede charlar si median razones de estado. Tras convertirse en Príncipe de Mónaco, Alberto se casó con una dama norteamericana, Marie Alice Heine, viuda del Duque de Richelieu y duquesa por matrimonio, cristiana pero de origen judío, a quien había conocido en Madeira, en 1879, mientras participaba de expedición oceanográfica. Estados Unidos le daba una Princesa a Mónaco: no sería la última vez.
Igual todo el mundo sabía que Alberto tenía una amante, la actriz, bailarina y cortesana española Carolina Otero, La Bella Otero (imagen). En ese privilegio Alberto distaba de estar solo, porque lo compartió o compartiría con monarcas de mucho mayor relieve como Guillermo II de Alemania, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España, Eduardo VII de Inglaterra y los Grandes Duques Pedro y Nicolás de Rusia, seguramente entre otros. (Claro que entre otros. Cómo no sospechar que muchos otros). La Bella Otero recuerda con afecto a Alberto en sus memorias, antes de dejar asentado que el pobre padecía disfunción eréctil y no era un amante particularmente viril (1). En aquellos tiempos lejanos una relación paralela mantenida por el esposo no parecía motivo suficiente para una ruptura matrimonial, pero el romance entre la Princesa Marie Alice y el compositor inglés Isidore de Lara sí lo fue: la pareja se separó judicialmente en 1902.
Por detrás de la fachada de lujo y alegría palpitaba el descontento. En 1910 estalló una revolución, encabezada por Suffren Peymond, Théodore Gastaud, André Marsan y Charles Bellando de Castro. Se denunciaba que los funcionarios del Principado eran casi todos extranjeros, en general franceses. El Casino no contrataba empleados locales, en una economía agobiada por el desempleo. El Príncipe gobernaba como monarca absoluto de la Edad Moderna más de un siglo después de la Revolución Francesa, y ni siquiera gastaba su fortuna en Mónaco sino en los lujos de Francia o en expediciones científicas a tierras lejanas como las Islas Azores o el Ártico; el patrimonio del Príncipe y el del estado eran uno solo e indiviso, como en una autocracia asiática. Había sobretonos moralistas: se hablaba de que el Principado era "la cloaca moral de Europa". Se exigía una constitución, un parlamento, elecciones libres, libertad de reunión y de prensa. Las protestas duraron todo 1910 y en una ocasión degeneraron en el saqueo del Palacio del Príncipe. Alberto terminó por ceder: el 5 de enero de 1911 se promulgó una constitución. Entre sus disposiciones había una que luego sería importante: se reconocía a Carlota, hija natural de Luis Grimaldi, el único hijo de Alberto.
La tranquilidad recobrada permitió llevar adelante un proyecto con el que se pensaba atraer turistas, el Rally de Montecarlo, que pese a su nombre se celebraba básicamente (lógicamente) en caminos de Francia, con término en el Principado. El ejecutor del plan fue el funcionario titular del monopolio estatal de importación, fabricación y venta de tabacos, Antony Noghès, un apasionado del deporte automotor al que, además, se debe la idea de señalar el final de una competencia bajando una bandera a cuadros.
Pero estamos en los años finales de la Belle Époque. En el verano boreal de 1914 se declaró la que entonces se llamó Gran Guerra y hoy Primera Guerra Mundial, cambio que evidencia que su desarrollo y desenlace trajeron tantos problemas como soluciones. Alberto, tras apresurarse a suspender la constitución que había tenido que conceder bajo presión, intentó una mediación que resulta más bien risible, por el escaso peso geopolítico de su microestado costero. Mónaco se declaró neutral pero prestó sus hospitales y albergues para convalecientes a los heridos de los ejércitos aliados, e incluso su hijo Luis II, que hasta había nacido en Baden-Baden, Alemania, sirvió de voluntario en el ejército francés, siendo destinado al Estado Mayor y llegando al grado de brigadier general.
El 17 de julio de 1918, cuando el fin de la guerra estaba próximo, se firmó un tratado que terminaba de alinear a Mónaco con los intereses de Francia. Obligaba a los Grimaldi a solicitar una humillante autorización al Presidente de la República Francesa para cualquier alianza marital o cambio en la línea de sucesión, y declaraba que una vacancia del trono implicaba la imposición del protectorado oficial de Francia, más allá de una independencia puramente nominal. Pero para entender esta disposición tenemos que volver unos años atrás.
Quien luego sería llamado Luis II, el hijo del desafortunado primer matrimonio de Alberto I con Lady Hamilton, se había pasado la infancia lejos de su padre, en Alemania, con su madre y su nuevo esposo, un noble húngaro, y de hecho nunca pudo conversar con su progenitor sino hasta que cumplió 11 años. La relación siempre fue distante, y tal vez por ello Luis prefirió seguir la carrera militar en Francia y hasta servir en Argelia como miembro de la Legión Extranjera. Se enamoró de una cantante de cabaret, Marie Juliette Louvet, que ya tenía dos hijos de su previa relación con un fotógrafo de desnudos femeninos, y con quien en 1898 tuvo una hija sin casarse, Charlotte Louise Juliette, o la ya mencionada Carlota. Luis no tenía otro descendiente, con lo que se estaba a las puertas de una crisis de sucesión, porque quien lo seguía en el orden de prelación era un primo hermano de Alberto, el Duque de Urach... que era nada menos que general del ejército imperial alemán. Por su origen noble, era uno de los candidatos que la diplomacia del Káiser buscaba imponer en cuanto trono vacase para favorecer sus intereses, ya fuese como rey del flamante y estratégico estado balcánico de Albania en 1914, o en fantasías para la posguerra de una victoria alemana en la Gran Guerra que nunca se produjo, como Rey de Lituania o Gran Duque de Alsacia y Lorena. Luis tuvo que adoptar legalmente a Carlota en 1919 para garantizar la sucesión y alejar la posibilidad de que los alemanes hicieran pie a 150 kilómetros del importantísimo puerto militar francés de Toulon, Tolón en castellano.
En 1920, un anciano Alberto I le vendió la SBM al traficante de armas Sir Basil Zaharoff, uno de los hombres más ricos de su tiempo. Zaharoff era un griego nacido en el Imperio Otomano que adoptó la nacionalidad francesa y fue ennoblecido por la Corona Británica, y era conocido por las comisiones ilegales que pagaba para ganarse contratos de venta de armas: por cierto, fue el modelo de Ian Fleming para un personaje llamado Ernst Stavro Blofeld. La administración de Zaharoff fue muy exitosa, tanto que más tarde vendería su participación al triple de su inversión.
Ese mismo año se celebró la boda de Carlota con Pedro, Conde de Polignac, hijo de Susana de la Torre y Mier, una dama de familia mexicana acomodada, y a fines de ese año nació su hija mayor, la Princesa Antonieta, heredera presunta del trono hasta que en 1923 nació su hermano Rainiero. El matrimonio entre Carlota y Pedro no fue feliz, pese a que ambos compartían una misma pasión: vivir aventuras amorosas con caballeros.
Mientras tanto, el pequeño estado monegasco seguía ganando fama como espacio de eventos deportivos. En 1921 se celebraron en el jardín del Casino los primeros Juegos Olímpicos de la Mujer, con cien participantes de cuatro naciones, Francia, Italia, Suiza y el Reino Unido. Fueron un gran éxito, tanto que se repitieron en 1922 y 1923, y abrieron el camino a ampliar la participación de las mujeres en los Juegos Olímpicos regulares.
En 1922 murió Alberto II y lo sucedió Luis II. Todavía eran años de prosperidad general y paz en Europa. En 1924 se fundó el club de fútbol Mónaco, que al principio participó en ligas regionales francesas y brevemente en la segunda división, en la temporada 1933-34. En 1929 se disputó en las calles de Montecarlo el primer gran premio de automovilismo, dos décadas antes de que existiese la Fórmula Uno, por gestión de, otra vez, Antony Noghès: tras su muerte en 1978, la última curva del circuito lleva su nombre. El primer vencedor de la carrera, conduciendo un Bugatti Type 35B del equipo oficial, fue un inglés nacido en Francia, William Grover-Williams, quien en la guerra que a partir de 1939 clausuraria estos años locos sirvió como espía británico y murió ejecutado por los alemanes en 1945.
El circuito de entonces era muy similar al de hoy, con las modificaciones se hicieron para que fuera aún más lento y por ende más seguro a medida que los automóviles de competición eran más veloces. Un gran campeón de Fórmula Uno que nunca pudo ganar en Montecarlo y que odiaba el circuito, Nelson Piquet, una vez lo comparó con "andar en bicicleta en tu sala de estar". Durante la década del treinta el Gran Premio de Mónaco ya se había convertido en cita obligada para los amantes del automovilismo, con competencias en las que participaban las prinicipales escuderías del momento como Mercedes Benz, Auto Union, Bugatti, Alfa Romeo o Maserati, así como grandes pilotos como Tazio Nuvolari, Bernd Rosemeyer, Manfred von Brauchitsch, Rudolf Caracciola, Giuseppe Farina, Achille Varzi o el local Louis Chiron.
Esa década fatídica comenzó para Mónaco con la esperable separación conyugal de Carlota y el Conde de Polignac, coronada por su divorcio en 1933. En 1931 hubo una novedad cultural de importancia mundial: René Blum, hermano del líder socialista y primer ministro francés Léon Blum, fue contratado por Luis II para crear una compañía de ballet que continuara el legado del fallecido Serguéi Diáguilev y sus Ballets Russes, establecidos en el Principado desde 1924. Al año siguiente se formaron los Ballets Russes de Monte-Carlo, gracias al aporte financiero del propio Blum, de Serge Denham y del coronel cosaco Wassily de Basil. Tras una discusión entre los fundadores, Blum se abrió y creó en 1938 el Ballet Russe de Monte-Carlo, con financiación de una rica familia norteamericana de origen húngaro, los Fleischmann, dueños de las levaduras Fleischmann's Yeast (2). El Principado lo disfrutó por poco tiempo, porque en 1939 la compañía prefirió asentarse en un lugar más seguro, como Nueva York. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial era inminente.
Aunque las simpatías de Luis II estaban claramente con Francia, trató de mantener la neutralidad de Mónaco. Sus habitantes franceses estaban a favor de los Aliados; los italianos eran partidarios del dictador fascista Benito Mussolini y, cuando Italia declaró la guerra a una desfalleciente Francia en junio de 1940, festejaron ruidosamente. Luis II se alegró de que el gobierno que sucediera a la rendición y la caída de la Tercera República Francesa fuera encabezado por su viejo camarada de armas el Mariscal Philippe Pétain. Pero en esos primeros años de la guerra, en los que la victoria de los ejércitos del Eje parecía inevitable, Luis tuvo que admitir que Italia controlara el puerto.
La Resistencia local, mientras tanto, se afanaba por evacuar clandestinamente a los residentes judíos del Principado a Suiza. Porque las fuerzas de seguridad colaboraron con la Gestapo: en agosto de 1942 fueron deportados 90 judíos, de los que murieron en campos de concentración 81, entre ellos René Blum, que fue detenido en París. En agosto de 2015, el Príncipe Alberto II pidió perdón por el rol de Mónaco en las deportaciones, y descubrió un monumento que recuerda a las víctimas. (Imagen).
Mónaco no sufrió carestía alguna en aquellos años, merced a su condición neutral. Al menos para la clase acomodada, no era difícil ni especialmente caro comprar alimentos, a diferencia de casi toda la Europa de entonces; muchos hicieron fortunas con su contrabando y contaban con los bajos impuestos de Mónaco para disfrutar de sus riquezas. La vida nocturna del Principado siguió siendo muy activa e interesante, aún en medio de la devastación general del continente. Pero esa fiesta tenía bases poco seguras: el 11 de noviembre de 1942, con una excusa banal, Italia invadió y ocupó Mónaco. La agresión sucedió apenas seis días después de que se abriera un consulado de Estados Unidos en el Principado: el gobierno de Mussolini temía que fuera utilizado como estación de escucha de comunicaciones radiales. Se estableció un estado títere. Los escasos ciudadanos británicos que todavía no se habían ido fueron el objetivo primario de los arrestos, lo mismo que los beneficiarios del mercado negro de alimentos, bebidas, medicamentos y tabacos. El Casino, eso sí, permaneció abierto, y la vida nocturna de los residentes millonarios apenas sufrió complicaciones.
Tras el derrocamiento de Mussolini, la Wehrmacht ocupó Mónaco en setiembre de 1943, pese al interés de Adolf Hitler en conservar la neutralidad del microestado, que era beneficiosa para Alemania. Sus regulaciones y sistema impositivo más que flexibles permitían que los nazis comerciaran con el mundo a través de empresas pantalla con sede en el Principado, adquiriendo los materiales estratégicos que eran imprescindibles para su esfuerzo bélico y las divisas que blanqueaban en su circuito bancario. En los meses finales de la guerra, el comercio fraudulento era rampante.
El 30 de mayo de 1944 Carlota renunció a sus derechos al principado en cabeza de su hijo Rainiero, lo que fue confirmado por ordenanza del 2 de junio de 1944. A los cuatro días, los Aliados desembarcaron en Normandía; en menos de tres meses se hicieron firmes también en el sur de Francia y liberaron París. Para los nazis nada había cambiado con la inminencia de su derrota: en agosto ejecutaron a tres líderes de la Resistencia de Mónaco, René Borghini, Joseph-Henri Lajoux y Esther Poggio. Las semanas del fin del verano boreal de 1944 fueron difíciles para el Principado, porque las comunicaciones ferroviarias se vieron interrumplidas por los combates y, por primera vez, los monegascos padecieron la carencia de alimentos y agua potable. El 3 de setiembre los alemanes abandonaron Mónaco, apenas arribaron las primeras tropas norteamericanas. El Príncipe Rainiero, conocido como Rainiero III, se unió muy oportunamente al ejército de la Francia Libre en setiembre, con grado de teniente. Participó en los combates por la contraofensiva alemana de fin de ese año en Alsacia, y recibió una condecoración por su desempeño. Con el fin de la guerra en Europa en mayo de 1945, el Principado declaró feriados a todos los 3 de setiembre, para conmemorar la liberación. También decidió, muy discretamente, que no se celebrarían juicios que revisaran acciones del pasado reciente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
El retorno a la normalidad tras el fin de la guerra fue gradual. En 1946 se volvió a celebrar el torneo de tenis, y en 1948 el Mónaco retornó a la segunda división francesa, y se disputó un gran premio para automóviles que reunían un conjunto de especificaciones técnicas que recibían un nombre que sería famoso: Fórmula Uno. Por esos años la Princesa Antonieta, la hija mayor de Carlota y del Conde de Polignac, comenzó una relación informal con Alexandre-Athenase Noghès, tenista reconocido e hijo de Antony, de la que resultaron tres hijos. Se casarían recién en 1951, pero se divorciaron en 1954. Rainiero, por su parte, no perdía el tiempo: mantenía un romance con la actriz francesa Gisèle Pascal y, en 1949, accedería al título de Príncipe de Mónaco por la muerte de su abuelo Luis II, con el nombre de Rainiero III.
En 1950 se organizó el primer Campeonato Mundial de Fórmula Uno, que comenzó con el Gran Premio de Inglaterra en Silverstone el sábado 13 de mayo. Ocho días después le llegó el turno al primer Gran Premio de Mónaco válido para un campeonato mundial, que fue bastante accidentado por una colisión múltiple en la primera vuelta, y que resultó la primera victoria oficial de un piloto nacido en San José de Balcarce, Argentina, que se llamaba Juan Manuel Fangio, que terminaría siendo campeón del mundo cinco veces: 1951, 1954, 1955, 1956 y 1957. Por diversas razones el Gran Premio no volvió a ser parte del campeonato del mundo hasta 1955, pero a partir de entones fue una cita infaltable: sólo no se disputó en 2020, por la pandemia de COVID-19. Es considerada una de las más prestigiosas competencias automovilísticas del mundo, y vencer en sus calles es parte de la Triple Corona del Deporte Motor junto con ganar las 500 Millas de Indianápolis y las 24 Horas de Le Mans (3). Ayrton Senna Da Silva tiene el récord de victorias en el Principado, seis, mientras que Graham Hill y Michael Schumacher lo escoltan con cinco y Alain Prost con cuatro. Hay tres victorias argentinas: dos de Fangio, la citada de 1950 y la de 1957, y la de Carlos Reutemann en 1980. También hay victorias argentinas en Montecarlo pero en el torneo de tenis: Guillermo Vilas en 1976 y 1982, Alberto Mancini en 1989 y Guillermo Coria en 2004. (4).
(Video: el insólito final del Gran Premio de 1982, en que no se sabía quién había ganado en razón de la cantidad de accidentes y abandonos en las últimas vueltas. La ruleta - metáfora inevitable - cantó Riccardo Patrese, como podría haber cantado Alain Prost, Didier Pironi o Andrea De Cesaris).
En 1953 el Mónaco llegó a la primera división francesa y logró su primer título al final de la década, la Copa de Francia de 1959-60. Pero el gran acontecimiento de los años cincuenta y uno de los mayores golpes publicitarios de la historia del Principado fue el casamiento de Rainiero III con Grace Kelly, actriz norteamericana de clásicos como High Noon, Mogambo, Rear Window o The Country Girl, actuación por la que ganó un Premio Oscar. El casamiento, celebrado entre el 18 y el 19 de abril de 1956, fue una de las primeras transmisiones televisivas internacionales, y reunió una gran audiencia. La madre del novio, la Princesa Carlota, entonces de 57 años, llegó a la ceremonia con un chofer particular llamado René Girier, conocido como René El Rengo, un antiguo y renombrado ladrón de joyas que había sido liberado por su intercesión y que se comentaba era su amante. Aristóteles Onassis, una de las celebridades invitadas al casamiento, controlaba la SBM por aquellos años.
Rainiero fue decisivo en la transformación de la economía del Principado, que desde el siglo XIX estaba basada en el turismo, al incorporarle los enormes beneficios de ser un paraíso fiscal, cuya utilidad ya habían demostrado las exitosas operaciones de la Alemania Nazi durante la guerra. Mónaco se convirtió en un centro bancario mundial, que hoy maneja unos cien mil millones de euros en depósitos. En el Principado rige una tasa de impuesto al valor agregado del 20%, y la seguridad social se financia con contribuciones patronales de entre el 28 y el 40% del sueldo bruto pagado al empleado, promediando 35%, y aportes de los trabajadores de entre el 10 y el 14% de sus haberes brutos, promediando 13%. Pero el atractivo de Mónaco reside en que no existe impuesto a la renta de las personas físicas que residan en el Principado, un enorme atractivo para deportistas de alto nivel y millonarios en general. Hay algunos límites: por un tratado con Francia, los ciudadanos franceses que residan en Mónaco deben pagar los impuestos a la riqueza y a los ingresos de su país de origen. Y todas las corporaciones con residencia en Mónaco deben pagar impuesto a la renta, a menos que demuestren que al menos tres cuartos de sus ingresos se generan localmente. Además no hay banca offshore.
Rainiero suspendió la Constitución en 1959. La remplazó por otra, proclamada en 1962, que abolía la pena de muerte, garantizaba el sufragio femenino, establecía una corte suprema de justicia y, un signo de quién manda en definitiva en el Principado, volvía muy difícil que un ciudadano francés pudiera convertirse en vecino monegasco.
Rainiero fue muy exitoso en establecer el renombre mundial y la prosperidad de Mónaco, que desde entonces sólo se gana la atención mundial por algún acontecimiento deportivo o por algún escándalo de alcoba de la progenie del Príncipe, Carolina, Alberto o Estefanía, no demasiado diferente de los de sus antepasados. O por las desgracias: en 1982 se mató en un accidente automovilístico la princesa Grace; en 1990 el esposo de Carolina, Stefano Casiraghi, en otro accidente pero en una competencia motonáutica. En 2005 murió Rainiero, pagando el precio de haber sido toda su vida un fumador abusivo, y lo sucedió su hijo Alberto II, un gobernante preocupado por la protección del ambiente, la conservación de los mares y las energías alternativas, simpáticos intereses que seguramente no adquirió en su paso por la Armada de Francia o la banca JP Morgan.
En 1993, Mónaco se convirtió en miembro pleno de la Organización de las Naciones Unidas. En 2002, un nuevo tratado con Francia reformuló en beneficio del Principado los términos de sucesión, estableciendo que, si el príncipe gobernante carece de herederos, lo sucederá alguno de sus hermanos o de sus descendientes, con preferencia por la línea masculina, y que el microestado seguirá siendo una nación independiente sin revertir su soberanía a Francia. La fortuna de Alberto II se estimó en 2010 en mil millones de dólares, algo que no lo salvó de convertirse, el 19 de marzo de 2020, en el primer jefe de estado en contraer COVID-19. Desde 2014 el Principado tiene un heredero al trono, el Príncipe Jaime, o Jacques, hermano mellizo de la Princesa Gabriela, hijos de Alberto II y la nadadora sudafricana Charlene Wittstock. Tiene al menos dos medio hermanos confirmados: ya sabemos que los Grimaldi nunca fueron muy cuidadosos con sus fluidos.
Mónaco tiene el Producto Bruto Interno nominal por habitante más alto del mundo, unos fenomenales US$ 185.742. Medido en paridad de poder de compra se contrae a unos aún impresionantes US$ 132.571. Tiene la tasa de pobreza más baja del mundo, la expectativa de vida más alta (cercana a los 90 años) y el número más alto de millonarios por habitante: nada menos que un tercio de sus habitantes son millonarios. Aunque el precio del metro cuadrado bajó en 2020 a un promedio de US$ 53.378, el Principado sigue siendo una de las plazas inmobiliarias más caras del mundo. Su población permanente es de unos 36 mil habitantes, aunque la población flotante es mayor, porque muchos empleados de firmas monegascas que ni pueden soñar con adquirir un departamento en Mónaco suelen concurrir diariamente desde Francia e incluso Italia. Los habitantes nacidos en el Principado son poco más de un quinto, y del resto la mayoría son franceses e italianos. Los idiomas más hablados son el francés y luego el italiano: sólo una minoría habla monegasco, un dialecto local del hoy marginal idioma ligur, y muy cercano al genovés o zeneize.
NOTAS
(1) Carolina Otero murió muy anciana en Niza, en fecha tan avanzada como 1965. Vivía sola en un pequeño departamento, con el único ingreso de una pensión que le pagaba el Casino de Montecarlo, lugar donde antaño había derrochado millones. Al entierro de aquella mujer que había sido deseada por los hombres más poderosos de su tiempo sólo asistieron el gerente del Casino y varios viejos empleados.
(2) Uno de los miembros de la familia financió la aparición de la muy prestigiosa revista semanal The New Yorker.
(3) Hasta la fecha, sólo hay un volante que la haya obtenido: el inglés Graham Hill, campeón del mundo de Fórmiula Uno en 1962 y 1968 y padre del campeón de 1996, Damon Hill.
(4) Y sin contar un "triunfo" del que se habla sólo como chisme: de aquel del múltiple deportista, estanciero y hombre de mundo argentino Carlos Menditeguy en el lecho de una entonces promisoria y siempre bellísima actriz francesa, una tal Brigitte Bardot, el fin de semana del Gran Premio de Mónaco de 1956 ¡al que no se dignó en asistir pese a estar inscripto! Para dar una idea de lo bueno que era Menditeguy como volante: al año siguiente, en el mismo circuito, clasificó para largar en un expectante séptimo lugar su Maserati del equipo oficial, y en la carrera abandonó saliéndose de pista en la vuelta 51, cuando era un excelente tercero. ¡Que me quiten lo bailado, habrá dicho el gran Charlie!