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PSICOMAGIA: ESBOZOS DE UNA TERAPIA PÁNICA

Conversaciones de Alejandro Jodorowsky con Gilles Farcet y Javier Esteban. Apéndice de Martín Bakero. Ediciones Siruela. Barcelona, 2004.

Dice Arthur Kleinmann (en “Patients and healers in the context of culture”, citado en el Prólogo a la Parte VII de “El nacimiento del cristianismo” de John Dominic Crossan) que “la enfermedad hace referencia a una disfunción de los procesos biológicos o psicológicos, mientras que el término ‘mal’ se refiere a la experiencia psicosocial y el significado percibido de la enfermedad”. Crossan (que busca explicar la exitosa actividad taumatúrgica de Jesús) aclara esta definición antropológica recurriendo a la película “Filadelfia”, con Tom Hanks (que presenta la lucha de un enfermo de HIV por ser tratado dignamente): en ella, la distinción entre ‘mal’ y ‘enfermedad’ se hace evidente, y queda claro “cómo una persona puede ser sanada con éxito mientras sufre de una enfermedad incurable”. Crossan también afirma que el desempeño de la medicina moderna en el tratamiento de un mal dista de ser brillante y que, en ese campo, los sanadores primitivos suelen demostrar un conocimiento superior de la psiquis humana.

En otras épocas, Alejandro Jodorowsky seguramente hubiera pasado por santón, místico, chamán o sanador. El chileno, además de poeta, guionista de historietas, dramaturgo y actor y director teatral y cinematográfico, es creador y cultor de la psicomagia, una particular disciplina a la que Martín Bakero definió como “poesía aplicada al tratamiento de la locura”, que “encuentra en la metáfora delirante una vía de curación del inconsciente, y a través de actos poéticos la lleva a la realización simbólica”. Si las vanguardias artísticas del siglo XX han sostenido la necesidad de que el arte se disuelva en la vida de todos los días para enriquecerla y enriquecerse, puede considerarse a la psicomagia como un camino para esta disolución, que además se hace cargo del reconocido potencial terapéutico del arte, así como de algunas de las tendencias más originales de la psicología y algunas de las intuiciones más brillantes de sanadores y chamanes de las culturas que todavía permanecen ajenas a la racionalidad occidental.

Jodorowsky sostiene que “en este otro modo de sueño que es la ‘realidad’, también es mi cerebro, la forma en que yo me represento el mundo, lo que determina lo real. La ‘realidad’ no existe por sí misma; instante a instante, creamos nuestra realidad, alegre o funesta, monótona o apasionante”. Es así que interpreta una situación real como si se tratara de un sueño lleno de símbolos que descifrar, y recomienda a quienes lo consultan la realización de un determinado acto de cariz simbólico para superar esa situación. Creo que pocas veces ha sido más necesario recurrir a un ejemplo, y aquí va uno, de una acción sanadora que el autor no prescribió personalmente sino que presenció en casa de una famosa curandera de México: a una persona que odiaba quedarse calva, se le recomendó que hiciera una pasta con excremento de rata y se la aplicara en la cabeza. Cuando el paciente estaba a punto de proceder con la receta, se dio cuenta de que ya no le importaba quedarse pelado: al pedírsele pagar un precio imposible, el paciente pudo aceptar su destino, saliendo de su mundo imaginario para mirar de frente al mundo real.

Jodorowsky también hizo que el reconocido dibujante francés Moebius dejara de fumar con un par de “encantamientos” (que él mismo reconoce como trucos para sugestionar al “paciente”) y con escribir, en un lado del que sería su último paquete de cigarrillos, la palabra “no”, y del otro la frase “yo puedo”, y pidió a Moebius que tuviera el paquete durante seis semanas y luego lo regalara.

Hay unas páginas dedicadas a la descripción de la labor de lo que solemos denominar con condescendencia (muchísimas veces merecida) como "curanderos" o "manosantas" al estilo tradicional, comenzando por la legendaria Pachita, de quien Jodorowsky fue ayudante durante un tiempo. Dada la influencia de la mente sobre el cuerpo (algo constatado hasta el hartazgo y ya fuera de toda duda) uno entiende, a partir de algunas páginas de "Psicomagia", cuál puede ser el principio operativo de ciertas "curaciones" truculentas: un estado de profunda comunión entre la mente del "sanador" y la mente del "paciente" al que el concepto de "sugestión" parece hacerle poca justicia.

El libro abunda en ideas de una rara y perspicaz sabiduría: así, uno puede leer que “somos nosotros mismos quienes alimentamos nuestros terrores. Aquello que nos atemoriza pierde toda su fuerza en el momento en que dejamos de combatirlo”. O que sólo tenemos los problemas que queremos tener. (…) La gente quiere dejar de sufrir, pero no está dispuesta a pagar el precio, o sea a cambiar, a no seguir definiéndose en función de sus preciados sufrimientos”. O “la inmortalidad se alcanza probablemente -ya que la muerte es un fenómeno individual- de manera colectiva: exaltando y defendiendo a la humanidad. La raza humana como colectivo puede ser infinita. La muerte es individual, y saberlo ayuda a entender el mundo. La negación de la muerte es la negación de lo individual”. O “las sustancias psicodélicas fueron, en primer lugar, tomadas por los chamanes, que tenían un nivel de conciencia superior a la tribu. Mi tesis es que son recomendables sólo para gente que tenga un alto nivel de conciencia. (…) Da drogas a los soldados y los convertirás en asesinos. Da drogas a un santo y podrá hacer obras magníficas. Mucho cuidado con esto”. O “(…) cuando intentas transmitir lo que ganaste, lo pierdes por exhibicionista. Éste es el problema que tienen algunos gurús: muestran su santidad y la pierden en ese mismo acto. El verdadero maestro es invisible: no tiene flores, ni collares, ni anillos, ni fotos, no tiene escuela ni discípulos”. O “vivir con cierta prosperidad, sin derrochar. Pero una prosperidad para todos, no una prosperidad basada en explotar al otro. Y, por supuesto, hay que lograr ser inmortales, y para eso tenemos que vivir como si fuésemos inmortales, pensando que tenemos mil años por delante para hacer lo que queramos, pero sin olvidarnos de que en diez segundos podemos morir”. O “si a lo largo de tu vida has trabajado las emociones, cuando maduras empiezas a conocer sentimientos sublimes, que no tuviste cuando eras joven porque la naturaleza no te lo permitía. Hasta los 40 años tienes que encontrarte. La verdadera apertura de la conciencia no se puede hacer antes de esa edad. A partir de ahí, empieza el camino”.

Más allá de que se crea o no en los efectos positivos de la psicomagia, la obra es digna de ser leída, aún desde una postura escéptica: por un lado, por el saludable impulso de tomar cada reflexión de Jodorowsky como disparador para el autoanálisis; por otro, por iluminaciones como las ya citadas, que invitan a ver la realidad desde puntos de vista no habituales.

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