Tavernier
y Coursodon destacaban -con intuición-, el referente que la iconografía
de Tina pudo tener en el personaje de Mrs. Giddins (Deborah Kerr) en
la memorable THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton) -otra adaptación
de Henry James-, pero en ocasiones advertimos en la anciana Juliana
ecos del Roderick Usher de Poe -afirma en su permanente vigilia que
alcanza a escuchar todos los ruidos de la casa-. Lo cierto es que cualquier
aproximación al cine de casas encantadas, debería conceder un capítulo
a THE LOST MOMENT, con la particularidad que esta mansión no conserva
personalidad maligna alguna, sino que en ella el tiempo se detiene o
intercambia por completo, para recrear la eterna representación de la
evocación del amor.
La
película está relatada en flash-back, precisamente por un anciano Venable,
del que solo escucharemos su emocionado relato -las sensaciones que
describen las palabras en off del protagonista, son de una gran sensibilidad-
y contemplamos sus viejas manos, tras un largo y denso recorrido de
la cámara por sus dependencias durante los títulos de crédito. La sensación
de intemporalidad de la película se mantiene al comienzo del relato,
que el espectador situa en una Venecia de época indeterminada y de evidente
reconstrucción cinematográfica -y creo que este es uno de los ejemplos
en los que unos rasgos de producción de serie B beneficiaron su resultado
final-. Por unos canales de agua casi putrefacta -lejanos a la imagen
general de su vivacidad-, discurre la góndola que transporta a Terry
a su particular Mariembad. A partir de su llegada, la película deviene
en un producto de inagotable belleza. Belleza tardía y marchita es la
que proporcionan esos cortinajes que aíslan las estancias de la luz
del sol, belleza del pasado la del anillo que luce la anciana Juliana
en su mano casi esquelética, belleza en el peso de un ayer ya caduco
en unas dependencias llenas de candelabros, libros, objetos decorativos
y esculturas que, por momentos, parecen cobrar vida propia -ese busto
helénico que se muestra en ocasiones-. Una mansión que está llena de
recovecos, largos pasillos e intrínsecas escaleras -en pocas películas
he podido disfrutar e integrarme tanto en su escenografía y los modos
visuales de expresarla-.
La
belleza de sus fotogramas se hace extensiva a muchas de sus secuencias.
Una atenta revisitación de las mismas se haría extensísima y casi obligaría
a un estudio riguroso, pero me permitiré evocar alguna de ellas. Así
pues, citaré el crescendo que culmina en el primer encuentro de Venable
con la encarnación joven de Juliana en el cuerpo de Tina -la secuencia
está admirablemente ejecutada y revestida de un hermoso y evocador fondo
musical-. Habría que destacar igualmente todas las secuencias que unen
a Terry con la anciana -una impecable performance de una maquilladísima
Agnes Moorehead, caracterizada por la amable tonalidad de su envejecida
voz-, pero no puedo dejar de mencionar el intento frustrado del editor
de alcanzar las cartas que se esconden dentro de una artística caja.
Tal deseo es frustrado en pleno frenesí fanstastique, con la irrupción
de un pequeño pájaro que muere al penetrar en la estancia -un detalle
magnífico, que llega a maravillar por lo inesperado ¿recuerdan el protagonismo
de los pequeños animales en la mencionada THE INNOCENTS?-. Esa búsqueda
llegará a su momento culminante con el acceso de los poéticos escritos
a las temblorosas manos del editor. Apenas una leve panorámica de sus
manos a su rostro y un fundido, sirven para expresar la turbación que
estas breves creaciones literarias adquieren en Venable. A partir de
ahí su destino estará ya por siempre ligado a esa vieja mansión, en
la que jamás morirá mientras sepa vivir de los recuerdos.
THE LAST MOMENT es una obra maestra imperfecta. Con algunos levísimos
altibajos y ciertas subtramas que se dejan en el aire es, sobre todo,
una película que apela a nuestra sensibilidad como espectadores. Siempre
se ha achacado la excesiva blandura como intérprete de Robert Cummings,
pero en esta ocasión creo que resulta impecable en una composición alejada
a su imagen más conocida -y en la que destaca especialmente la cuidada
y evocadora dicción de su relato en off-. Por su parte, la joven Susan
Hayward me parece espléndida en su encarnación de la adusta Tina, aunque
resulte por momentos insuficiente al asumir el rol de la encarnación
joven de Juliana.
Pese a esos levísimos reparos, considero al film de Martin Gabel una
de las cimas del cine fantástico USA en los años cuarenta, que incluiría
sin dudar en una relación que personalmente albergaría títulos como
CAT PEOPLE (La mujer pantera, 1942), I WALKED WITH A ZOMBIE (1943),
THE LEOPARD MAN (1943, ambas de Jacques Tourneur), las ya mencionadas
THE GHOST AND MRS. MUIR y PORTRAIT OF JENNIE, THE PICTURE OF DORIAN
GRAY (El retrato de Dorian Gray, 1945. Albert Lewin) o THE SEVENTH VICTIM
(1943, Mark Robson). Sus cualidades están a la altura de todos ellos
y, quizá más que ninguno de los títulos citados, se encuentra necesitada
de una obligada rehabilitación.
Juan Carlos Vizcaíno Martínez
Alicante (España)- Septiembre de 2006