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CAPÍTULO 4

(Donde Pepe conoce el secreto del tiempo)(1)

Viene del Capítulo Anterior

En eso, el futuro Apóstol sintió que le tocaban el hombro. Se dio vuelta, y entonces vio al mozo junto a un individuo pelirrojo, ataviado con un kilt, que sostenía en uno de sus brazos una gaita, y en el otro, una enorme barra de hielo. Rechazó el escocés con hielo, y en cambio pidió un café.

En ese momento, un anciano, de largos cabellos y barba blanca, le indicó que se sentase junto a él. El anciano dijo que su nombre era Don Alberto, y agregó un apellido centroeuropeo, que a Pepe le resultó ininteligible. Tenía un notorio acento extranjero, e insistía cada dos por tres en sacar la lengua. "Has dicho que la Verdad es Una Sola; joven buscador de verdades, estás en lo cierto: todas las definiciones sobre ella son relativas", dijo el anciano.

Los Derviches Leninistas, entretanto, proponían organizar una cena show para juntar fondos, con el fin de financiar un viaje a San Petersburgo, donde preveían volver a tomar el Palacio de Invierno. Los Clasistas Vudúes, por su parte, apoyaban la moción de quemar un muñeco que representase al Tío Sam, para debilitar la fuerza del gigante yanqui. Un sector sostenía que había que tomar fábricas y escuelas para tomar conciencia. Era tal la batahola que Pepe y el tal Don Alberto apenas podían entenderse.

El anciano, que estaba algo achispado a causa de la ingestión de un licor espirituoso, tomó a Pepe del brazo, e inclinándose hacia él, le susurró: "me gano la vida tocando el violín en la calle. Una de las cuerdas de mi instrumento se ha cortado ¿Por azar, noble joven, no tendrás en tu poder un poco de maravilloso vil metal con el que yo pueda comprar una cuerda nueva? A cambio, prometo develarte el Secreto del Tiempo". - ¿El tiempo, que se estanca y se pudre, como las aguas color de río del mismísimo Río Inmóvil? - respondió Pepe. Don Alberto pareció irritarse.

- ¿Acaso no has notado, joven imberbe, que el Mar Océano suele empujar río arriba las inmundas aguas que bañan estas playas? Yo puedo enseñarte a retroceder en el tiempo.

Pepe, seducido por la posibilidad de crecer en su sabiduría, buscó y buscó en sus bolsillos algo con lo que remunerar esa lección, pero sólo lo encontró en los distraídos bolsillos de otra persona. Se guardó para sí unos pocos pesos y dio a Don Alberto una cantidad que juzgó suficiente. El anciano contó el dinero, hizo un gesto que puede llegar a interpretarse como de desagrado, y ordenó al joven que le prestase atención. "Si quieres retroceder en el tiempo, comienza pues a contar al revés, a partir del número seiscientos sesenta y seis, mientras caminas hacia atrás, apoyado sobre tus manos". Pepe, incrédulo, se hizo repetir dos veces ese terrible secreto cronológico.

Cuando por fin se decidió a poner manos a la obra, se dio cuenta de que a sus brazos les costaba sostener a su cuerpo, por lo que se detuvo su marcha cuando iba por el número seiscientos cincuenta y dos. Con ello, retrocedió al momento en el que Don Alberto le solicitaba dinero a cambio de sus secretos, por lo que se vio obligado a pagar dos vees por idéntica revelación.

Cuando la policía llegó para poner fin a la áspera dialéctica de Clasistas Vudúes y Derviches Leninistas, Pepe sacó fuerzas de flaquezas y se zambulló en el pasado vertiginoso, con tanto ímpetu que retornó al momento en el que el sabio Heránides lo encomendaba a la búsqueda del Nirvana.

(Continuará)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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